Escuece más la invalidación del dolor por parte de quien me quería, que el daño hecho por quien no me quería

Al revisar las heridas acumuladas a lo largo de la vida cuando somos mayores puede que lleguemos a esta conclusión.

Sí, los gritos de ese profesor, las humillaciones de tal profesional hacia mí, los comentarios de gente que no me conocía… Me han hecho daño.

Pero al curar la herida nos encontramos con que dentro de esa amalgama de sentimientos, me duele más cuando lo conté a alguien de mi confianza y me dijo «no es para tanto, no te lo tomes así».

Me duele más cuando se lo conté a alguien de mi familia y me dijo «a ver, es que siempre te lo tomas todo a la tremenda. Igual exageras un poco, ¿no? No será para tanto».

Me duele más cuando se lo conté a alguien a quien quería y que decía quererme y me contestó «pero no lo ha hecho con mala intención, ¿qué has hecho para que te diga eso?».

Porque la decepción real es no encontrar validación emocional y apoyo de verdad en las personas que percibimos como nuestros vínculos de seguridad.

Revisar la herida es darnos cuenta de que si las personas a las que queríamos nos hubieran respondido de otro modo al contar algo que nos dolió, ese sufrimiento hubiera sido en buena parte reparado, y no seguiría ahí años después.

Porque lo que nos marca por completo es la mirada de quienes nos importan.

Lo que nos ocurre importa, pero la reacción de nuestro entorno más cercano marca una gran diferencia y a menudo es la clave para que una vivencia se convierta o no en traumática.

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