«En realidad de mi padre podía esperarlo, pero de mi madre…»

(Queremos remarcar que ante un tema que causa tanto sufrimiento, como la falta de cuidados o el maltrato en la infancia, queremos basar nuestras palabras en la visión que socialmente hemos creado sobre el rol de madre y de padre, sin invalidar ni entrar en la vivencia de lxs hijxs)

No sé si a alguien le resuena esta frase en su interior, pero desde luego que marca las experiencias vividas con nuestros progenitores. No es extraño que se den vivencias en las que hay una herida mayor por la madre que hizo lo que pudo con sus circunstancias, que por el padre que desaparecía, que a veces quería ejercer de padre y otras no o que directamente sembraba el miedo y la violencia en casa. «Nunca se ocupó de nosotrxs, tenía problemas con la bebida, tenía problemas con el juego, sólo pensaba en él y en sus intereses…» La socialización de género ha construido la idea de que la ausencia de cuidados y de responsabilidad a la hora de crear un vínculo sano con lxs hijxs es más fácil justificarla y aceptarla en los padres que en las madres. De hecho, si leemos estas frases y pensamos que son parte de la vida de una madre nos parecerán mucho peor.
De las madres se espera el amor incondicional, que nunca pueda flaquear, «por sus hijxs», que a pesar de lo que esté viviendo sea una madre ejemplar. Se espera de ella y la sociedad se lo exigimos. Por eso, se penaliza mucho más lo que hacen las madres, porque se les obliga a encajar en un estereotipo de madre que no es real ni viable, que casi siempre invisibiliza sus propias vivencias como ser humano teniendo que ser siempre para lxs demás. En cambio, los padres, todavía hoy pueden elegir hasta qué punto toman parte en la crianza, en la responsabilidad en los cuidados, en el vínculo con sus hijxs.

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